En los últimos meses se habla mucho sobre la energía nuclear, su bonanza, sus riesgos… Unos aplauden la decisión de Zapatero por cerrar la de Garoña (posiblemente en 2013) y otros se muestran totalmente en contra ante esta decisión.
Evidentemente, las personas de la comarca se muestran en contra del cierre de esta, pues peligran sus puestos de trabajo, que a su vez sirve de “motor” de la economía de la zona. Ellos son conscientes que trabajar con uranio conlleva ciertos riesgos para la salud, con manifestaciones en forma de cáncer, silicosis, enfermedades óseas y dolores de huesos, y nefríticas en riñones. Pero, a la vez, confían en los controles que se realizan en estas centrales.
Supongamos que realmente son seguras, obviando posibles amenazas terroristas, terremotos, escape radiactivo (como en Ascó, Tarragona)… sin embargo no debemos olvidarnos de otros problemas:
1) Los deshechos radiactivos. La vida media (tiempo que tarda en emitir la radiación la mitad de los átomos de una muestra) de muchos de estos son miles de años. Es verdad que estos se depositan en ciertos lugares que teóricamente son seguros: ante posibles terremotos, separados de acuíferos y otras aguas subterráneas…
2) La económica. Los nueve reactores españoles consumen al año unas 150 toneladas de uranio enriquecido, que es importado y que nos cuesta más de 250 millones de euros.
3) El efecto invernadero. Los que apuestan por esta energía esgrimen que no emiten CO2 a la atmósfera. Si España importa todo el uranio, su transporte desde Canadá, Rusia, Francia (países con grandes reservas de este)… requiere el consumo de combustibles fósiles, que aumentan este efecto (invernadero).
4) Explotar nuestro propio uranio. Podría ser posible, pues el precio de este está creciendo, debido al aumento de su uso en el futuro. Los riesgos en salud en este caso son mayores, pues resultan más complicados los controles (los observamos en las canteras), y además, el riesgo no se centra en los trabajadores de las minas, sino que se extiende a todos los seres vivos de la zona: el viento, las aguas (subterráneas y superficiales)… transportan el uranio de un lugar a otro.
Hemos acabado con nuestra agricultura, nuestra ganadería… compramos productos de otros países y despreciamos los de nuestra localidad. Esto si que contribuye a aumentar el efecto invernadero, debido al transporte continúo de materias.
Lo mismo nos podría ocurrir con la energía, despreciamos la que poseemos (nuestro Sol, para la energía solar y eólica; las mareas, para la energía maremotriz; los restos vegetales, para la biomasa) y buscamos la que no tenemos (el uranio).
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